viernes, 30 de enero de 2009

Doble sesión masterpiece



"Valkiria": una obra técnica como sólo la industria hollywoodiense puede manufacturar. Su ritmo es implacable (no sobra ni un metro de película. Quizás muchos cayeron en la sala de montaje, arrastrando con ellos las interpretaciones de notables secundarios que apenas aparecen o que han sido fulminados tras varias ediciones y sólo constan en carteles promocionales como el que acompaña a este post); su planificación visual (desde el punto de vista de la cacareada pulcritud prusiana, exagerada durante el régimen nacional-socialista) resulta contundente. Parece una película trazada con tiralíneas, pero en absoluto destila frialdad. La pasión de sus autores (un ejemplificar dúo director/guionista y un productor/protagonista entregado) acompaña a una trama impecablemente construída cuya intriga funciona a nivel de cine de género sin desprestigiar sus orígenes reales. Y, finalmente, la disertación base sobre el honor (con esos planos especulares y con el ojo de cristal que recuerda a su protagonista quién fue y qué hace) cala en un amplio espectro de público. La mejor película de un director notable con escasos fallos en su carrera. Si el paso del tiempo le hace justicia, estamos ante un clásico moderno de exigida revisitación.

"La duda": segunda película en más de tres lustros del también (y principalmente) dramaturgo John Patrick Shanley. Una película que, de haber tratado ciertos temas de forma más soterrada, podría haberse rodado hace cuatro o cinco décadas, como antes lo fueron "La calumnia" o su germinal "Esos tres" (cambiando, naturalmente, pederastia por lesbianismo, sin más comparación entre ambas que la estigmatización del segundo en la puritana sociedad de mitad del siglo XX). Con la salvedad de un final más indeciso que abierto, estamos ante una obra autoral sobre la intolerancia intergeneracional; las heridas en el ego y la autoestima que abre cualquier jerarquía incólume y que suelen clamar revancha; y el enfrentamiento entre dogma y aperturismo (en la religión; como excusa de trasfondo en la trama principal). Obra de incontestable contundencia, apoyada en unos personajes bien contruídos y mejor interpretados (que se pueda comparar en los Oscars las cualidades interpretativas de Penélope Cruz frente a las de Amy Adams o Viola Davis llama a nuestra vergüenza nacional) que declaman unos diálogos limpios que vehiculizan con sobriedad el mensaje: ¿importa la culpabilidad/mcGuffin del personaje del joven sacerdote para el desarrollo/resolución del relato? ¿Ha de caernos bien la adusta e intransigente rectora en el caso de que su corazonada infundada sea cierta? ¿Es más noble la sensible novicia que se deja arrastrar tanto por su incertidumbre como por su visión enfermizamente puritana? ¿Y la madre afroamericana, defiende la opción sexual de su hijo o lo sacrifica a los cuervos con tal de tener una promesa de mejor futuro que al final puede no cuajar? Todos los personajes pecan: gula, soberbia, ira,... pero todos se salen del camino sensato para servir a mejores causas... ¡Algunas divinas!

Doble sesión, pues, de grandes películas, ambas protagonizadas por personajes católicos de firmes convicciones, enfundados en uniformes/hábitos y amenazados por sociedades en crisis ética. ¡Menudo viernes de cine he disfrutado!

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