lunes, 22 de diciembre de 2008

El mensaje


No es el de Jesusito ni el de Su Majestad. Es ese mensaje machacón con el que nos obsequian los comerciantes, da igual propietarios de pequeños comercios que los consejeros de grandes superficies; las pinturas de Hipopótamo que uno u otro Mercadona. Cada vez que pasas por caja tras haber gestionado las necesidades que te han llevado a uno u otro establecimiento, el dependiente/cajero que te toca se ve obligado (y por mucho entusiasmo que le ponga, se le nota que no le gusta incordiarte pero que lo hace porque al imbécil de su jefe sí) a venderte las excelencias de la empresa o las ofertas del súper.

Y claro, la consigna del soplapollas de publicista al que se le ha ocurrido tan magra idea (tan magra como su talento para el oficio) es que la jaculatoria te sea administrada cada vez que entras en el local. Pues mire: me da igual que el subnormal de una empresa de pinturas quiera hacerme ver lo bien que le va cuando usa métodos desesperados para venderse; me da lo mismo que el aceite de girasol esté a 1 € cuando sólo compro de oliva y tengo de sobra en casa. Y me sigue dando igual cuando le sueltan el mismo rollo consumista/de prestigio al cliente que va detrás de mí, porque también se lo han soltado al que iba delante...

Pero lo que no me trae sin cuidado es que se convierta al empleado en un robot parlante que irá perdiendo el interés en un trabajo que de por sí no era vocacional y disminuyendo su efectividad. Hay formas mejores de convencer a la gente. Bueno, no a mí: cada vez que me ofrecen algo que ni busco ni me interesa, digo NO con gran placer (por aquello del "dime de qué presumes..."), aunque sintiéndolo por el pobre currante.

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